lunes, 1 de agosto de 2011

EL ROMANTICISMO (IV): LA ÓPERA ALEMANA.

Durante el romanticismo temprano (1815-1830), en la ópera alemana se tratan temas basados en leyendas populares, lo sobrenatural, la naturaleza... Destacan E.T.A. Hoffmann (1776-1822), Ludwig Spohr (1784-1859) pero sobre todo Carl Maria von Weber (1786-1826), con su ópera Die Freischütz (El cazador furtivo) (1821), del que puedes escuchar el coro de los cazadores del tercer acto:


Pero el gran referente de la ópera alemana, y que cambió el rumbo de la música fue Richard Wagner (1813-1883). Su vida, llena de cambios de residencia en toda Europa, participación en movimientos revolucionarios, publicación de ensayos musicales y políticos, algunos polémicos por antisemitas, una vida sentimental ajetreada, va a la par de su obra. Promovió la construcción del teatro de la ópera de Bayreuth, inaugurado en 1876 y destinado en exclusiva a la representación de sus óperas.

En sus óperas, que Wagner elaboraba en su totalidad (libreto, música, escenografía), introduce el concepto de leitmotiv (motivo conductor), un fragmento musical asociado a una idea, una situación o a un personaje.

De entre sus muchas óperas, es difícil elegir alguna, pero veremos dos de ellas que han marcado un antes y un después. Tristan und Isolde (1859), que con su lenguaje ultracromático marca el rumbo del atonalismo del siglo siguiente. Escucha el aria final de este drama Liebestod (Muerte de amor): 


La Tetralogía del Anillo, que como su nombre indica, está formada por cuatro óperas (Das Rhiengold -El Oro del Rhin-, Die Walküre -La Valkiria-, Siegfried -Sigfrido- y Götterdämmerung -El Ocaso de los Dioses-).

Asistimos aquí al momento en que Sigfrido mata al dragón Fifner:


Durante el llamado Post-Romanticismo, ya en el siglo XX, destaca Richard Strauss (1864-1949), con Salomé (1905), Elektra (1908), Der Rosenkavalier (El Caballero de la Rosa) (1911) y Ariadna in Naxos (1912), entre otras óperas. En ellas el lenguaje tonal se exprime al máximo. Aquí, Salomé canta ante la cabeza de Juan Bautista, en la escena final de esta ópera:







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